domingo, enero 29, 2006

Ana Rosa Miranda Acevedo: En el año de su Centenario


AL cumplirse cien años del nacimiento de mi querida Ana Rosa revivien sus recuerdos y me llenan de alegría. Quiero compartir con ustedes algo de su vida:

En el centenario del nacimiento de esta gran mujer, necesito agradecer por el regalo de ser su nieta, por haber sido testigo de su generosidad, sabiduría, su afán por la justicia, su fe, su amor por mi madre y sus regaloneos de abuela.
En Huantajaya, el 28 de Enero de 1906 nació la gran Ana Rosa, esa es la fecha oficial, aunque su hermano Exequiel siempre se burlaba diciendo que la habían inscrito cuando ya tenía cinco años de edad y la hacía rabiar porque contaba que cuando el oficial preguntó por el nombre que le iban a poner a la niña, ella misma habría contestado “Ana Rosa”.

Así comenzó una familia de mujeres: ella, su hija, tres nietas y tres bisnietas.

Con su hermano mayor compartió la infancia entre juegos de “hombres”, lo que llevó a que la nombraran “tres cocos”, sobre todo jugaban a la guerra y como nos contó, varias veces le rompieron la cabeza, esas experiencias la convirtieron en una mujer muy especial, con mucha fuerza física y con una particular mezcla de feminismo de muy avanzada y al mismo tiempo de machismo puro; frente a cualquiera de estas dos opciones siempre escogía la postura que le permitía servir mejor a los demás.

Una mujer fuerte, trabajadora, pero también tierna, generosa al límite de lo sensato. La característica que más resaltaba en ella era su dedicación a hacer felices a los demás, algo que disfrutaba mucho, le gustaba hacer regalos, meses antes de los cumpleaños empezaba a planificar qué comprar y una vez que tenía el regalo listo no aguantaba las ganas de entregarlo, se desesperaba por ver cuanto antes la cara de alegría de quien lo recibía.

Tuvo que combinar el trabajo duro con la crianza de su hija, es así como muchas veces limitada por el tiempo, se encargaba intensamente de mostrarle todo lo que a ella le parecía necesario para que tuviera una buena vida. Una frase clásica de ella, que mi mamá se encargó de transmitirla muy bien, la utilizaba para dar fuerza en los momentos de adversidad y cada vez que alguien tenía una “caída” le decía “levante la frente y diga: el destino no me ha de vencer” y esa consigna poderosa se quedaba gravada en la mente impulsándonos a seguir.

Recuerdo que hasta el final, cuando yo tenía ya 28 años y llevaba varios trabajando y viviendo en forma independiente, cada vez que la veía, insistía en darme plata para la micro y entre tiras y afloja, terminaba siempre aceptándola, ahora me parece increíble como ella me decía “tómela, si a mi no me sirve, no la necesito” y no se quedaba tranquila hasta que yo se la recibiera.

Podría escribir muchas páginas sobre ella, quienes la conocieron recordarán miles de situaciones en que ella demostraba ser una gran persona. Ana Rosa Miranda, la abuelita Rosa, la hermana Ana Miranda, la Patatina, la persona que siempre estaba ahí cuando se necesitaba un favor. Créanme cuando digo que ella era una mujer de excepción, pero por sobre todo, es mi abuelita tan querida.

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3 comentarios:

Geovanna Vizcarra dijo...

Se nota que la amas harto, yo tambien tengo una abue ala que quiero mucho mucho. =)
Lindo el post ;)
Saluds!!

Myk... dijo...

ojala los hombres tuviesemos esa capacidad de demostrar nuestro amor y nuestra gratitud, tan amplia y generosamente como las mujeres dia a dia nos lo demuestran...

un abrazo...

SERGINHO® dijo...

mira.. k sensibilidad.. traspasa la pantalla... y empato con el maykol

grandes palabras

cuidate.. cariños¡