martes, marzo 01, 2005

Un Alto en el Camino

Hace un par de años cuando iba con mi hija de meses colgando en un portabebé sobre mi pecho y llevaba encima una mochila con todo lo que necesitaba en caso de sequía, terremoto u otra catástrofe impredecible, que siempre me esfuerzo en predecir, inicié mi andar de cuatro cuadras para llegar al lugar donde podía tomar locomoción. Avanzaba rauda caminando como ekeko materno, cuando me di cuenta de que el cordón de uno de mis zapatos se había desatado ¡He ahí la tragedia esperada! ¿Cómo puede alguien que lleva el mundo encima lograr agacharse para amarrar un zapato, sin aplastar a la criatura que ya está a punto de llorar? Hice mi mayor esfuerzo, luchando contra la fuerza de gravedad, levante la pierna hasta afirmarla en un poste de alumbrado público y así pude alcanzar mi pie, en primer lugar tratando de meter la punta del cordón en los ojetillos del zapato, que de tanto caminar con él sin amarrar se había salido de todos los hoyitos. En eso estaba cuando apareció un ángel, no dijo nada, puso sus cuadernos en el piso, se agachó delante de mí, me amarró el zapato y sin siquiera levantar la cabeza tomó sus cuadernos del suelo y siguió corriendo, a penas alcancé a decirle gracias. Iba apurado el muchacho a estudiar. No sé cómo era, no ví su cara, ni siquiera se si alcanzó a oir mis gracias. Aunque creo que eso a él no le habría importado, sólo vio que me podía ayudar, me amarró el zapato y siguió.

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